El entorno natural, la pendiente de la ladera, y una normativa urbanística orientada a pequeñas edificaciones residenciales son las pautas que guían los primeros bocetos de este trabajo.
Integrar un edificio de tamaño medio, en un paisaje totalmente rural, el reto de insertarlo junto a la arquitectura vernácula, la aspiración de reinterpretar los materiales tradicionales, y que sean esos materiales los que le den carácter al edificio. Y por último la rigidez de unas normas urbanísticas con unas volumetrías y criterios estéticos muy definidos, obligaron y espolearon a la búsqueda creativa de una edificación que si bien busca el lógico diálogo que estas intervenciones deben tener con el entorno, trata también de imponer su carácter, y su imagen, como nueva arquitectura, y como seña de identidad de la actividad hotelera.
Se idea el edificio como la unión de dos piezas:
El zócalo, semienterrado en la ladera, como una gran abertura hacia el interior del edificio, y que albergará los espacios públicos del hotel. Construido en hormigón visto, con la estética tradicional de las vetas de la madera de los tableros de su encofrado.
El volumen principal, con cubierta a dos aguas, y unos casetones de cubierta, que terminan agrupando las ventanas de las estancias, marcando el ritmo compositivo del conjunto.
Sin duda la seña de identidad del volumen es la utilización de la teja cerámica como revestimiento en cubierta y fachada. Se recupera así la utilización de este material que protegía las fachadas más expuestas de las edificaciones tradicionales, utilizado aquí como protección, acabado e indiscutiblemente seña de identidad del edificio que se combina con materiales industriales, como la chapa minionda y el hormigón visto.
Volumetría sencilla, clara, y sumamente tradicional, en la que se enfatizan los ritmos en un juego entre materiales modernos y tradicionales.
